Ya han pasado tres años y se acerca un momento especialísimo en mi vida, vocación y camino de vida religiosa. Un nuevo año de gracia: el noviciado. Es importante mencionar que puede parecer un año como cualquier otro, lejos de la familia, hermanos de las diferentes comunidades de la Provincia y amigos; pero no, porque es el año de preparación previo a mi consagración, en respuesta al llamado de Dios, que ha hecho en mi propia historia. Lo que implica personas, momentos, consejos, palabras y rostros concretos en las y los cuales Dios mismo ha querido manifestar su voluntad. En efecto, hubo un momento de mi vida en el cual decidí mirarla, junto a los acontecimientos más importantes de ella, y en la cual pude descubrir este camino que Dios mismo me había mostrado para seguir, llevando en el corazón y en toda mi existencia aquello que me había enseñado y entregado a través de toda mi historia personal.
Por lo tanto estos no han sido años iguales, lejos de todos; muy por el contrario, han sido años de llevar en el fondo de mi corazón a todos los que, de alguna u otra manera, habían mostrado la voluntad de Dios en mi propia historia de vida, en la historia de lo que soy; y de descubrir, de al que soy, había llamado para esta vocación en este carisma especialísimo: el Agustino. Que había experimentado y recibido desde mi familia, desde las diversas actividades pastorales del colegio, de mis amigos y de los religiosos que había acompañado mi enseñanza media. En definitiva en este carisma fue en el que experimenté profundamente el amor de Jesucristo, y me enamoré de Él; fue en este carisma Agustino en el que me sentí, voluntariamente, llamado a seguirlo. Pero no seguirlo solo, desde la nada, desde lo que no soy; sino que con mi historia, con los que me acompañaban, con mis sueños anhelos, pasiones, esperanzas, tristezas y alegrías.
Entonces, no puedo decir que este nuevo año de gracia que estoy pronto a comenzar es Igual, lejos de todos como pueden pensar algunos. En efecto, no podría imaginar mi vida religiosa sin lo que todos ellos me han entregado; no podría vivirla sin mi historia en la cual Dios ha querido manifestarse, como también y su voluntad; no podría vivirla sin lo que soy, porque sin lo que yo soy, no podría entregarme. Por eso los invito también a mirar su historia vida – como lo hizo Agustín – para que puedan escuchar la voluntad del Dios de eterno amor, que no abandona y que espera atento su respuesta día a día.
Les ruego que me tengan en sus oraciones en este nuevo año en otro país, con nuevos lugares, personas, formas de vida y de pensar, sobre todo de nuevas experiencias del amor de Jesucristo. En este año de nuevos desafíos y de compartir la vida religiosa con una nueva comunidad de hermanos.
Con mucho afecto, me despido con un abrazo fuerte en Jesús.
Hno. Felipe Andrés Olavarría Belmar.